Una nueva aventura
(Nota del autor: esta história es completamente ficción, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia)
Aquella
era una buena noche, sin duda. Hacía una buena temperatura y aunque
lloviese, los grillos cantaban... En la taberna del pueblo de
Tossala los clientes rebosaban, todos con una buena jarra de cerveza
en la mano y una sonrisa en los labios. Los niños jugaban en la
puerta, pues era día festivo y no era menester que los niños se
aburriesen en casa.
Como
iba diciendo, la taberna estaba llena cuando él entró, encapuchado
bajo una larga capa verde. Sus pies estaban cubiertos por unas botas
empapadas de cuero marrón. Levantó la mirada y arrojó unas monedas
sobre la barra.
—¿Me
puede dar una
copa de vino y una pata de pollo, señora?— dijo con una sonrisa.
—Como desée,
señor.
La
mujer que se ocupaba de la barra, señaló una mesa libre y siguió
ocupándose de sus clientes. El hombre se sentó donde le habían
indicado y se despojó de la capa. Sus largos cabellos rubios le
cayeron sobre la frente y se los tuvo que colocar bien. En su cinto
restaba una espada
de larga hoja y empuñadura con poca decoración.
Hubo pasado un
rato hasta que le sirvieron una generosa ración de pollo y una copa
junto a la botella de vino tinto que había pedido.
—¡Gracias!
—dijo
con una sonrisa centelleante de todos los dientes.
—De
nada —le
respondió el camarero contagiado
del
buen humor del
forastero.
El chico
empezó a comer con abundancia y pidió un plato más, dos, tres,
cuatro, ¡cinco! El camarero no salía de su asombro. ¡Aquél chico
era muy flaco y aún así comía como cinco hombres! Sin embargo,
aquél sujeto no sólo había llamado la atención de el camarero,
pues dos pares de ojos lo observaban desde la otra punta de la
taberna.
En
eso entró alguien en la taberna. Era alguien pequeño, aunque
no demasiado,
con los pies cubiertos
con zapatos ligeros
y en quién nadie se fijó a causa del sigilo con que se movía. Se
acercó a la mesa del rubio y se sentó frente a él.
—Eliawain,
¿dónde te habías metido? —dijo
el que había llegado antes.
—Me
he perdido entre la gente, Moi —respondió
el otro chico destapándose la cabeza. Tenía el pelo negro corto y
una nariz pequeña.
—Tranquilo
—dijo
Lémoilas
suspirando—.
Relájate
y cena conmigo.
—Gracias
amigo —dijo
Eliawain sonriendo—,
pero
no tengo hambre.
—Eliawain
tienes que cenar —dijo
Lem—.
Sinó
no te harás grande y fuertote.
—Pero
Moi, no tengo hambre —se
quejó el otro.
—¡Nananana!
Invito yo.
—Eres una
mala buena persona.
Mientras
cenaban los clientes fueron marchándose uno a uno, ya que se hacía
tarde. Sólo quedaron, Lem, Eliawain y los dos desconocidos.
—¿Dormís
aquí? —preguntó
la tabernera.
—¡Vale!
—respondieron
Lem
y Eliawain a la vez.
La tabernera
se marchó y los dos recogieron sus cosas para irse a dormir a la
planta de arriba, donde estaban las habitaciones.
—Perdonad
—dijo
uno de los desconocidos, acercándose a Moi y a Eli. Era
un enano con barba y el largo pelo negro recogido en una coleta—.
Mi
amigo y yo tenemos una oferta de trabajo que ofreceros.
—¡Acepto
la aventura!
—dijo
Lem
sin pensar.
—¡Pero
Moi, no sabemos qué es! —dijo
Eli
—Da igual,
¡seguro que es divertido!
El desconocido
los miró desconcertado. Nunca había conocido a una pareja tan
extraña.
—Bueno,
es ir a matar a un dragón que se esconde en la Colina del Cuerno, en
el Valle de los Siete Ojos.
—¿Vés como
será divertido? —dijo Moi con los ojos brillantes de la emoción.
—¿Un
dragón? Brrr, que miedo... —Eliawain se frotó los brazos como si
tuviese frío.
—Yo me llamo
Édgamer, pero podéis llamarme EL DESTRUCTOR DE MAZMORRAS, EDD —dijo
el enano poniéndo énfasis en la ultima parte—. Mi amigo que está
allí se llama Cristán y es un buen cocinero además de un gran
arquero—Cristán levantó la mano saludando y se puso bien las
lentes.
—¡Hola, soy
Lem! —dijo Lémoilas con mucho entusiasmo, mientras se tiraba el
pelo hacía atrás de sus orejas puntiagudas de elfo.
—Yo soy
Eliawain —dijo el compañero del elfo.
—¡Oye!
—dijo Lem— ¡Tengo una idea! Eliawain es bueno orientándose.
¡Puede ser nuestro guía!
—Pero Moi...
—Es una idea
genial —dijo Edd—. Nosotros tenemos los caballos atrás, Lem.
¿Eliawain monta alguna espécie de libélula o...?
—¡Oye! ¡Qué
no soy tan bajito!
Cristán rió
y poco después todos estuvieron acostados en sus habitaciones, pues
habían quedado en salir al amanecer.
Al día
siguiente partieron hacia el Valle de los Siete Ojos. Iba a ser un
viaje largo, puesto que estaba en la otra punta del continente. El
inicio del viaje transcurrió bien aunque Edd intentó que Eliawain
montara al pony de carga. Pero en general fué bien. Al anochecer
habían recorrido treinta millas y Edd dijo que era hora de
descansar. Cristán hizo una hoguera y empezo a cocinar un asado de
cordero. Lem se tumbó en el suelo y se puso a contar estrellas y
Eliawain estudió el mapa, girándolo varias veces porque no entendía
nada. Edd, se había quedado dormido. En ese momento un grupo de
orcos entró en el campamento. Eran unos treinta, fornidos y rojos,
de las estepas de Agun Dur.
—Dádnos
todo lo que tenéis, escoria —dijo el primero de los forajidos.
Lem se levantó
y miró al orco grande mientras Cristán cogía su arco .Edd hizo un
ronquido y Eliawain dió un bote del susto que se llevó. En seguida
se dieron cuenta que los orcos los habían rodeado.
—Creo que es
hora de pelear —dijo Lem levantándose con la katana desenvainada—.
Molestar a alguien cuando come es de mala educación.
OOOOOOO me parece que hace referencia al Hobbit XDDDDDDD
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