La nieve caía sobre su pelo negro. Mesara tiró de sus riendas y el caballo giró, volviendo hacia las huestes. Bajó de aquel paso elevado, única forma de cruzar las montañas grises en muchas leguas a la redonda. Su pequeño ejércitocontinuaban avanzando, subiendo la montaña, buscando llegar a la cumbre de aquella cuesta. Los estandartes azules de la casa de Fluvian brillaban al sol y, por primera vez en su vida, Mesara tuvo orgullo de pertenecer a esa casa, aunque todos sus miembros le pareciesen débiles y apreciase más el tipo de pelea que empleaban los enanos y los bárbaros de las montañas; osco, rudo, pero eficaz. Miró a sus soldados. Si hubiese tenido la misma cantidad en bárbaros, seguro ganaba aquella batalla, pero teniendo a aquellos hombres, que no habían estado en una batalla de verda en su vida...
Mesara acarició la cabeza de su corcel de guerra, que relinchó, satisfecho. Era un gran caballo, musculado y de color negro y sabía cuando se acercaba su batalla. Lo había acompañado desde que tenía cinco años y era un corcel viejo pero aún así, mantenía sus fuerzas y continuaba siendo espléndido.
Mesara volvió a avanzarse hacia la cima y miró el terreno llano que ante él se extendía. Sus órdenes eran proteger aquel vado de las huestes del barón de Malequith. El terreno, era un lago helado, el hielo del cual, tenía varios metros de grosor y por el que se podía pasar. Las montañas se erguían alrededor de aquel lago en una forma curva y, añadiendo que sobre aquellas montañas, se encontraban dos torres (semiderruidas, sí, pero dos torres, al fin y al cabo), aquel era un terreno fácilmente defendible.
Los soldados de la casa Fluvian llegaron a la cima y avanzaron hacia la orilla del lago. Iban separados los unos de los otros, puesto que Mesara lo había ordenado así. No se fiaba del grosor del hielo y si este se rompía, todos morirían congelados.
Continuaron avanzando largo trecho, hasta llegar a la curva, cerca de la otra orilla, donde Mesara alzó el puño para indicar que parasen. Todos pararon, y el lago quedó en absoluto silencio. Súbitamente, empezaron a oír tambores y unos pasos acompasados. Mesara bajó de su caballo, que le retiraron sus hombres y le tendieron su yelmo.
─Enheidas ─dijo Mesara con una voz potente y seria─, ven aquí.
Un mago salió del ejército y se acercó a Mesara. El comandante sabía que era el único mago de que disponía. Su ejército, era de mil hombres, sin contarlos a él o al mago. Quinientos arqueros formados en la ciudad de Telemir, capital de las tierras del duque Fluvian. Según decían, aquellos eran los mejores arqueros del reino de los hombres. Doscientos cincuenta lanceros guardias de la fortaleza de Ériadon, y en su defecto, guardias personales del duque Fluvian. Y por último, doscientos cincuenta espadachines reclutados en Telemir.
─Decidme, mi señor ─dijo Enheidas.
─Coge a cuarenta arqueros y guarnécelos en las dos torres ─ordenó Mesara señalando los edificios─. Séllalas con magia y colócate en la de la derecha. El resto de arqueros, que se mantengan ocultos en las montañas, cuando los enemigos choquen contra nuestras filas, deberan disparar.
─Como ordenéis, mi señor ─dijo el hechicero con una reverencia. En pocos minutos, los arqueros habían desaparecido en las sendas que llevaban a los picos. Los tambores se oían más fuerte y los pasos se acercaban. Al fin por detrás del camino aparecieron los guerreros del enemigo y al frente, un hombre grande vestido de plata y con los colores de la casa Malequith.
─¡Hoy una gran batalla va a librarse! ─gritó Mesara, con el yelmo en la mano y una voz clara y potente. En sus dos costados, se encontraban dos hachas de pequeña envergadura y en su espalda, la enorme hacha de guerra resplandecía─. Algunos diréis que quizás muramos todos aquí, que nos derrotarán y cruzarán las montañas, esclavizarán a los niños y matarán a cuantos conocéis. Pero yo os digo, hoy no es el día. En el día de hoy, libraremos una batalla, que está por ganar. ¡Libraremos una batalla en la que mataremos a todos nuestros enemigos y, así, la casa de Fluvian prevalecerá y nuestros enemigos temerán nuestro nombre! ─los hombres vitorearon─. ¿¡Quién está conmigo!? ─los hombres gritaron más fuerte─ ¡¡NO OS OIGO GUERREROS!! ─los soldados gritaron a pleno pulmón, convencidos que iban a ganar la batalla─ ¡PUES ADELANTE Y QUE NUESTROS ENEMIGOS CONOZCAN NUESTRA IRA!
[Se recomienda al lector oír la canción mientras se lee la batalla]
El caballero de plata desenvainó su espada y la levantó sobre su cabeza. Después señaló a los Fluvianos. De golpe, todo el ejército de Malequith se arrojó sobre el ejército de Mesara, corriendo sobre la nieve hasta llegar a la orilla. Entonces Mesara vió el tamaño del ejército al que se enfrentaban. Los enemigos tenían cinco mil hombres y seis catapultas.
Mesara se puso el yelmo y desenvainó su enorme hacha de guerra. Era tan pesada que el comandante tenía que agarrarla con las dos manos y eso que era un hombre muy corpulento.
─¡MURALLA DE ESCUDOS! ─gritó a sus hombres.
Los espadachines avanzaron y colocaron sus escudos en el suelo. Otros colocaron los suyos sobre los de abajo y una tercera fila se sumó por arriba. En total hicieron una coraza que resistía los ataques. Por detrás los lanceros colocaron las lanzas por donde los escudos no llegaban a proteger, creando así un muro de acero sólido y con espinas.
Los soldados de Malequith se precipitaron sobre los Fluvianos y chocaron en un estrépito increíble.
─¡AGUANTAD! ─gritó Mesara, cogiendo su hacha con las dos manos, ansioso por entrar en combate.
Entonces aparecieron los arqueros. Desde la cima del cañón empezaron a disparar, y sus saetas se clavaban en la carne de los enemigos de Fluvian. Pero estos eran demasiados y un grupo de guerreros subió por la senda hasta llegar a los arqueros y empezar a masacrarlos. Por su parte, el mago lanzó una bola de fuego a una de las catapultas, que estalló en llamas. Las otras dos enviaron proyectiles a la torre, que acabó destruida por completo.
Los guerreros de Malequith al fin abrieron brecha en la sólida defensa pero por esa brecha apareció Mesara, blandiendo su enorme hacha y matandoa cualquier enemigo que tuviese la mala suerte de encontrarse con él. Los guerreros lo siguieron entonces, formando una cuña a su alrededor y avanzando, matando todo soldado que se topaba con ellos. Aún así, sus enemigos eran más y poco a poco iban comiendoles terreno.
Mesara arrancó su hacha de la cabeza de un hombre y se agachó para esquivar el espadazo de un enemigo. Rápidamente desenvainó una de las pequeñas hachas y se lanzó sobre su enemigo destrozándole el pecho a hachazos. Entonces levantó la mirada y se quitó el yelmo. Vió que sus hombres estaban siendo masacrados, atravesados por lanzas, cortados por espadas, aplastados por mazas. Su pelo largo se llenó de sangre y sus oídos escucharon los gritos de los que estaban muriendo.
Envainó la pequeña hacha y arrancó la gran hacha del cráneo de aquél hombre.
─¡Retirada! ─gritó a pleno pulmón.
Los hombres empezaron a correr, huyendo de la batalla con Mesara en la retaguardia. Los iban a alcanzar y los masacrarían. No podía permitirlo. De repente frenó en seco y se giró, golpeando el hielo con su enorme hacha. Este se resquebrajó bajo sus pies y Mesara volvió a golpearlo.
─¡NO DEJÉIS QUE LO ROMPA! ─gritó el caballero de plata.
Mesara volvió a golpearlo y oyó como se rompía bajo los poderosos golpes del hacha. Los tres metros de hielo se rompieron bajo sus botas y se separaron en varios trozos, en una línea que separaba el hielo. Sintió que perdía el equilibrio y caía al agua. La armadura lo hundía en el agua, más y más. Se iba a ahogar. Cogió una de sus pequeñas hachas y cortó las correas de su armadura. Emergió y tomó aire. Jadeó un poco y tosió. Se cogió al hielo y salió del agua, calado hasta los huesos, con un frío que le recorría todo el cuerpo. Salió del agua y miró al otro lado. El caballero de plata lo miraba, con el yelmo puesto y apretando los puños con fuerza.
─Sólo has retardado lo inevitable ─dijo con voz airada─. Acabaremos con tú estirpe, Mesara Palborán Fluvian.
Envainó la pequeña hacha y arrancó la gran hacha del cráneo de aquél hombre.
─¡Retirada! ─gritó a pleno pulmón.
Los hombres empezaron a correr, huyendo de la batalla con Mesara en la retaguardia. Los iban a alcanzar y los masacrarían. No podía permitirlo. De repente frenó en seco y se giró, golpeando el hielo con su enorme hacha. Este se resquebrajó bajo sus pies y Mesara volvió a golpearlo.
─¡NO DEJÉIS QUE LO ROMPA! ─gritó el caballero de plata.
Mesara volvió a golpearlo y oyó como se rompía bajo los poderosos golpes del hacha. Los tres metros de hielo se rompieron bajo sus botas y se separaron en varios trozos, en una línea que separaba el hielo. Sintió que perdía el equilibrio y caía al agua. La armadura lo hundía en el agua, más y más. Se iba a ahogar. Cogió una de sus pequeñas hachas y cortó las correas de su armadura. Emergió y tomó aire. Jadeó un poco y tosió. Se cogió al hielo y salió del agua, calado hasta los huesos, con un frío que le recorría todo el cuerpo. Salió del agua y miró al otro lado. El caballero de plata lo miraba, con el yelmo puesto y apretando los puños con fuerza.
─Sólo has retardado lo inevitable ─dijo con voz airada─. Acabaremos con tú estirpe, Mesara Palborán Fluvian.
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