La compañía partió de la ciudad temprano, con sus corceles de guerra y el carro de Páragul, ataviados con armas y armaduras de Telemir, excepto Lem que se sentía más seguro con su vieja cota de malla de plata encantada y su katana de acero élfico.
Avanzaron durante todo el día por una vasta pradera, sin cambios aparentes, toda verde amarillenta por el trigo. A lo lejos de vez en cuando veían algún pueblo de agricultores y campos de trigo, pero en ningún momento llegaron a acercarse a ninguno pues tenían prisa y en cualquier momento podían atacar el vado.
Las canciones de Émiryn hicieron el viaje ameno y antes de que se dieran cuenta, había oscurecido. La compañía hizo una hoguera y Eliawain la encendió con sus artes mágicas. Los guerreros se sentaron junto al fuego y Cristán sirvió la comida, perfecta para el gusto de todos.
─Podríamos contar historias ─dijo Cristán, que se aburría y le incomodaba el silencio.
─Pueeees ─dijo Lem sonriendo─ a mí se me da mal eso.
─A mí también ─dijo Ryn.
─¿Tú te sabes alguna, Mesara? ─preguntó Ariwen.
─No ─respondió el hijo del duque protegiéndose del frío con su capa.
─Seguro que Elián se sabe alguna que tiene que ver con una tribu de hormigas ─rió Edd.
─Eeeeeey ─protestó el mago.
─Yo me sé una ─dijo Stert mientras se hechaba el cabello hacia atrás.
─Pues cuéntala ─dijo Alilea con una ancha sonrisa.
─Es que ─dudó Stert─ es un poco triste, ¿sabéis?
─Da igual, tú cuéntala ─la instó Vícthorin.
─Está bien ─dijo Stert no muy convencida.
≫Érase una vez, en el inicio de los tiempos, un ángel. Su nombre era Arthuin Anoth y vivía en el cielo, en el reino de sus ancestros, justo a los pies de los dioses. Arthuin era, sin ninguna duda, el mejor guerrero de la frontera. Portaba dos espadas cortas que eran el temor de sus enemigos y las manejaba con una maestría dignas de la realeza angelical. Sin embargo, no era su habilidad con las espadas su mejor atributo, sinó sus alas. Aquellas extremidades, eran las más bellas de todo el reino celestial y la envidia de todos los ángeles, incluso de la realeza angelical. Eran blancas y puras, largas, que alcanzaban los diez metros de envergadura y lo mejor de todo, cuando las usaba para cubrir su cuerpo, formaban un escudo impenetrable.
≫Arthuin vivía en el cielo y como todos sus congéneres, protegía a los dioses de los demonios y otras criaturas inferiores, peleando con su armadura de bronce y sus dos espadas de acero. Sin embargo, como todo el resto, no se mezclaba en los asuntos de hombres y elfos y ni siquiera les prestaba atención, ya que era delito simplemente mirar a las criaturas de la Tierra.
≫Pasó mucho tiempo guerreando contra las criaturas del averno y allí ganó la mayor gloria que podía lograr. El señor de los ángeles propuso convertirlo en un noble pero Arthuin se rehusó y se retiró a una mansión, para esperar nuevas batallas. Sin embargo, mientras descansaba, Arthuin sentía cuiriosidad respecto al mundo terrenal. Poco a poco aquella curiosidad fue carcomiéndole la mente hasta que llegó un día que no podía parar de pensar en ello.
≫Ese mismo día, el ángel dirigió su mirada (los ángeles tienen muy buena vista) hacia la Tierra y lo que vio lo asombró. Las criaturas que habían creado los dioses habían avanzado mucho y poseían armas como las de los ángeles, que usaban para guerrear entre ellos. Arthuin no entendía por qué guerreaban pero siguió mirando, fijándose en los individuos de la raza humana. Finalmente, se fijó en una humana en especial. Su nombre era Celerian y al ángel le pareció la criatura más bella que había visto.
─Pero, ¿no era un ángel? ─preguntó Mesara
─Sí ─respondió Alilea─. ¿Y?
─Pues que en teoría no hay criatura más bella que un ángel ─dijo Mesara.
─Eso depende de gustos ─dijo Lem─. A mí por ejemplo no me gustan las elfas, y se supone que son más hermosas que las humanas.
─Ya pero...
─¿Me dejáis continuar con mi historia? ─preguntó Stert irritada.
≫A partir de aquel momento, cada vez que disponía de tiempo libre, Arthuin miraba a la humana y se sentía cada vez más enamorado. Un día, una idea le rondó por la mente. ¿Y si se presentaba a aquella mujer? Quizás ella sintiese lo mismo que él. Dudó mucho tiempo si hacerlo o no, pero al final se decidió.
≫El día en que Arthuin bajó, el sol brillaba muy fuerte y Celerian, que era campesina, estaba recogiendo la uva. Unas inmensas alas descendieron del cielo y el ángel se le presentó. Charlaron un buen rato, hasta que Arthuin sintió que debía marcharse. Las alas le pedían volver al cielo.
≫Cuando regresó, Arthuin estaba tan contento que supo que volvería a ir a hablar con ella. Pasaron varios meses y cada vez el ángel se sentía más dependiente de ella. Quería vivir una vida junto a ella pero sabía que sus alas necesitaban regresar al reino celestial.
≫Un día bajó a la Tierra y decidió que no quería volver. Así, cogió un cuchillo largo y cortó aquellas preciosas extensiones. Aquellas alas que le conferían aquel poder místico que poseían los ángeles. Aquellas plumas que eran la envidia de todos sus congéneres.
≫Arthuin fue con Celerian y le dijo que ya no necesitaba regresar al cielo. Llevaba un saco a su espalda, con las alas en su interior y sos inmensas cicatrices se localizaban en su espalda.
≫Aquella noche, Arthuin le enseñó aquellas alas a Celerian y le dijo que sin aquellas alas, no necesitaba regresar al reino de los ángeles. Celerian sonrió y ambos se fueron a dormir. Al día siguiente el ángel fue a despertar a la mujer que quería pero se encontró con que no había nadie en su lecho. La buscó por todas partes, por toda la ciudad y no la encontró. Desolado, Arthuin fue a casa de Celerian y en ese preciso instante se dió cuenta de que sus alas habían desaparecido. Celerian se había cosido aquellas extensiones mágicas y se había marchado al reino celestial. Desde entonces Arthuin Anoth vaga por las Tierra, preguntándose por qué Celerian lo abandonó.
Todos se quedaron en silencio y sólo oían el crepitar del fuego y un búho que cantaba en la lejanía.
─Si que era triste... ─dijo Lem rompiendo el silencio.
─Ahora tengo ganas de dormir y nada más ─dijo Ryn.
─Buenas noches ─dijo Ari cubriéndose con su capa.
─Buenas noches ─dijeron todos y se acostaron.
Era media noche cuando Páragul despertó a Édgamer.
─Edd, despierta ─lo zarandeó el guerrero.
─¿Mamá? ─preguntó el enano─ Ah no, eres tú.
─¿Puedes venir un momento?
─Supongo que ahora que me has despertado sí.
Los dos fueron dentro del carro, donde estaba Vícthorin.
─¿Qué quieres, Páragul? ─preguntó Edd.
─Sabes que mi pierna me falla ─empezó el veterano de guerra─. Pues he creado una pierna artificial. Tú tienes que darle vida con tus runas. Eliawain ya la ha encantado con su mágia.
─Supongo que puedo hacerlo ─dijo Edd─. Y... ¿vas a amputarte la antigua?
─Por eso estoy aquí ─dijo Vícthorin.
─Está bien ─dijo Edd─, pero tengo que ponerlas después de que te la pongas en la pierna.
─De acuerdo.
Páragul se tumbó sobre la mesa y Vícthorin le hizo beber una pócima que lo durmió. Después sacó un cuchillo largo y con un movimiento preciso le cortó la pierna. Páragul ni se inmutó, sumido en aquél sueño profundo.
Victhorin aplicó un torniquete para frenar la hemorrágia y le hechó un líquido negro sobre la pierna que le quemó la herida cauterizándola.
─Tu turno enano ─le dijo a Edd.
Edd acercó la pierna a Páragul y esta arrojó unos tentáculos de plata hacia el muñón. La pierna engarsó perfectamente pero Edd sabía que iba a empezar a subir por la cadera hasta cubrir todo el cuerpo, pues sólo había un hechizo para encantar la pierna de plata. Edd ralló la superfície de aquella pierna artificial formando ua runa y esta se quedó quieta.
─Ya puedes despertarlo ─dijo Edd.
Victhorin acercó una hierba a la nariz de Páragul, que se movió y despertó jadeando. Miró su pierna y la movió. Movió el tobillo en círculo y flexionó la rodilla.
─Parece de verdad ─dijo Vícthorin.
─Ahora lo es ─respondió con una sonrisa Páragul.
─Pueeees ─dijo Lem sonriendo─ a mí se me da mal eso.
─A mí también ─dijo Ryn.
─¿Tú te sabes alguna, Mesara? ─preguntó Ariwen.
─No ─respondió el hijo del duque protegiéndose del frío con su capa.
─Seguro que Elián se sabe alguna que tiene que ver con una tribu de hormigas ─rió Edd.
─Eeeeeey ─protestó el mago.
─Yo me sé una ─dijo Stert mientras se hechaba el cabello hacia atrás.
─Pues cuéntala ─dijo Alilea con una ancha sonrisa.
─Es que ─dudó Stert─ es un poco triste, ¿sabéis?
─Da igual, tú cuéntala ─la instó Vícthorin.
─Está bien ─dijo Stert no muy convencida.
≫Érase una vez, en el inicio de los tiempos, un ángel. Su nombre era Arthuin Anoth y vivía en el cielo, en el reino de sus ancestros, justo a los pies de los dioses. Arthuin era, sin ninguna duda, el mejor guerrero de la frontera. Portaba dos espadas cortas que eran el temor de sus enemigos y las manejaba con una maestría dignas de la realeza angelical. Sin embargo, no era su habilidad con las espadas su mejor atributo, sinó sus alas. Aquellas extremidades, eran las más bellas de todo el reino celestial y la envidia de todos los ángeles, incluso de la realeza angelical. Eran blancas y puras, largas, que alcanzaban los diez metros de envergadura y lo mejor de todo, cuando las usaba para cubrir su cuerpo, formaban un escudo impenetrable.
≫Arthuin vivía en el cielo y como todos sus congéneres, protegía a los dioses de los demonios y otras criaturas inferiores, peleando con su armadura de bronce y sus dos espadas de acero. Sin embargo, como todo el resto, no se mezclaba en los asuntos de hombres y elfos y ni siquiera les prestaba atención, ya que era delito simplemente mirar a las criaturas de la Tierra.
≫Pasó mucho tiempo guerreando contra las criaturas del averno y allí ganó la mayor gloria que podía lograr. El señor de los ángeles propuso convertirlo en un noble pero Arthuin se rehusó y se retiró a una mansión, para esperar nuevas batallas. Sin embargo, mientras descansaba, Arthuin sentía cuiriosidad respecto al mundo terrenal. Poco a poco aquella curiosidad fue carcomiéndole la mente hasta que llegó un día que no podía parar de pensar en ello.
≫Ese mismo día, el ángel dirigió su mirada (los ángeles tienen muy buena vista) hacia la Tierra y lo que vio lo asombró. Las criaturas que habían creado los dioses habían avanzado mucho y poseían armas como las de los ángeles, que usaban para guerrear entre ellos. Arthuin no entendía por qué guerreaban pero siguió mirando, fijándose en los individuos de la raza humana. Finalmente, se fijó en una humana en especial. Su nombre era Celerian y al ángel le pareció la criatura más bella que había visto.
─Pero, ¿no era un ángel? ─preguntó Mesara
─Sí ─respondió Alilea─. ¿Y?
─Pues que en teoría no hay criatura más bella que un ángel ─dijo Mesara.
─Eso depende de gustos ─dijo Lem─. A mí por ejemplo no me gustan las elfas, y se supone que son más hermosas que las humanas.
─Ya pero...
─¿Me dejáis continuar con mi historia? ─preguntó Stert irritada.
≫A partir de aquel momento, cada vez que disponía de tiempo libre, Arthuin miraba a la humana y se sentía cada vez más enamorado. Un día, una idea le rondó por la mente. ¿Y si se presentaba a aquella mujer? Quizás ella sintiese lo mismo que él. Dudó mucho tiempo si hacerlo o no, pero al final se decidió.
≫El día en que Arthuin bajó, el sol brillaba muy fuerte y Celerian, que era campesina, estaba recogiendo la uva. Unas inmensas alas descendieron del cielo y el ángel se le presentó. Charlaron un buen rato, hasta que Arthuin sintió que debía marcharse. Las alas le pedían volver al cielo.
≫Cuando regresó, Arthuin estaba tan contento que supo que volvería a ir a hablar con ella. Pasaron varios meses y cada vez el ángel se sentía más dependiente de ella. Quería vivir una vida junto a ella pero sabía que sus alas necesitaban regresar al reino celestial.
≫Un día bajó a la Tierra y decidió que no quería volver. Así, cogió un cuchillo largo y cortó aquellas preciosas extensiones. Aquellas alas que le conferían aquel poder místico que poseían los ángeles. Aquellas plumas que eran la envidia de todos sus congéneres.
≫Arthuin fue con Celerian y le dijo que ya no necesitaba regresar al cielo. Llevaba un saco a su espalda, con las alas en su interior y sos inmensas cicatrices se localizaban en su espalda.
≫Aquella noche, Arthuin le enseñó aquellas alas a Celerian y le dijo que sin aquellas alas, no necesitaba regresar al reino de los ángeles. Celerian sonrió y ambos se fueron a dormir. Al día siguiente el ángel fue a despertar a la mujer que quería pero se encontró con que no había nadie en su lecho. La buscó por todas partes, por toda la ciudad y no la encontró. Desolado, Arthuin fue a casa de Celerian y en ese preciso instante se dió cuenta de que sus alas habían desaparecido. Celerian se había cosido aquellas extensiones mágicas y se había marchado al reino celestial. Desde entonces Arthuin Anoth vaga por las Tierra, preguntándose por qué Celerian lo abandonó.
Todos se quedaron en silencio y sólo oían el crepitar del fuego y un búho que cantaba en la lejanía.
─Si que era triste... ─dijo Lem rompiendo el silencio.
─Ahora tengo ganas de dormir y nada más ─dijo Ryn.
─Buenas noches ─dijo Ari cubriéndose con su capa.
─Buenas noches ─dijeron todos y se acostaron.
Era media noche cuando Páragul despertó a Édgamer.
─Edd, despierta ─lo zarandeó el guerrero.
─¿Mamá? ─preguntó el enano─ Ah no, eres tú.
─¿Puedes venir un momento?
─Supongo que ahora que me has despertado sí.
Los dos fueron dentro del carro, donde estaba Vícthorin.
─¿Qué quieres, Páragul? ─preguntó Edd.
─Sabes que mi pierna me falla ─empezó el veterano de guerra─. Pues he creado una pierna artificial. Tú tienes que darle vida con tus runas. Eliawain ya la ha encantado con su mágia.
─Supongo que puedo hacerlo ─dijo Edd─. Y... ¿vas a amputarte la antigua?
─Por eso estoy aquí ─dijo Vícthorin.
─Está bien ─dijo Edd─, pero tengo que ponerlas después de que te la pongas en la pierna.
─De acuerdo.
Páragul se tumbó sobre la mesa y Vícthorin le hizo beber una pócima que lo durmió. Después sacó un cuchillo largo y con un movimiento preciso le cortó la pierna. Páragul ni se inmutó, sumido en aquél sueño profundo.
Victhorin aplicó un torniquete para frenar la hemorrágia y le hechó un líquido negro sobre la pierna que le quemó la herida cauterizándola.
─Tu turno enano ─le dijo a Edd.
Edd acercó la pierna a Páragul y esta arrojó unos tentáculos de plata hacia el muñón. La pierna engarsó perfectamente pero Edd sabía que iba a empezar a subir por la cadera hasta cubrir todo el cuerpo, pues sólo había un hechizo para encantar la pierna de plata. Edd ralló la superfície de aquella pierna artificial formando ua runa y esta se quedó quieta.
─Ya puedes despertarlo ─dijo Edd.
Victhorin acercó una hierba a la nariz de Páragul, que se movió y despertó jadeando. Miró su pierna y la movió. Movió el tobillo en círculo y flexionó la rodilla.
─Parece de verdad ─dijo Vícthorin.
─Ahora lo es ─respondió con una sonrisa Páragul.
No hay comentarios:
Publicar un comentario